De los últimos hallazgos de la neo-retórica sciolista, el eslogan que advierte que, entre todos los cambios posibles, uno de ellos es la “marcha atrás”, es el que mejor describe lo que podría llegar a suceder si la escaramuza opositora Cambiemos (PRO-UCR conservadora-CC) ocupara la Casa Rosada.
Casi al mismo tiempo que CFK terminaba de ordenar la interna del FPV detrás del binomio Scioli-Zannini, el espacio hegemonizado por el PRO entró en crisis en distritos importantes, desnudando que las sociedades por conveniencia –en alguna medida, todas lo son- suelen enfrentar problemas serios cuando las conveniencias dejan de ser mutuas.
En Santa Fe, la UCR provincial, que renegó de los enjuagues de Ernesto Sanz y mantuvo su frente con el socialismo sin teñirse de amarillo, le asestó un duro golpe al experimento Del Sel frustrando el primer gran efecto de campaña que tenía preparado Mauricio Macri en su proyecto presidencial. Había viajado en avión privado a bailar entre los globos, cuando los números lo hicieron retornar con las manos vacías.
El optimismo de manual de autoayuda que generalmente invade a los dirigentes del PRO, esta vez cedió al desconcierto o, directamente, al enojo. Y esto fue señalado por el único radical que, respondiendo a la Convención de Gualeguaychú, acompañó en la fórmula al ex Midachi.
Jorge Boasso salió a criticar por unilateral la decisión del macrismo de bajarse de la pelea por el recuento voto a voto. “Yo no me doy por derrotado, en todo caso es una resolución del PRO”, dijo a poco de conocerse que Del Sel admitía que el socialista Miguel Lifschitz lo había vencido por 1770 votos.
Rara sociedad le proponían a los santafesinos los macristas y los radicales conservadores como Boasso, que iba como candidato a vice de Del Sel. Una en la que tenían modos distintos de interpretar las leyes vigentes. En la provincia no hay balotaje. Gana el que saque más votos, aunque sea uno. Y el PRO perdió.
Los radicales conservadores que se aliaron al macrismo suponiendo que era el camino más corto a la victoria comprobaron en territorio santafesino que la derrota puede estar más cerca de lo que suponen.
En Entre Ríos, la cuestión es mucho más dramática. Por primera vez en la historia, el centenario partido fundado por Alem irá sin candidato a gobernador propio. Ya era un escándalo que, como parte del acuerdo con el PRO, resignara su perfil popular histórico, al punto de que en los papeles del contrato electoral entre ambas fuerzas, el radicalismo conservador aceptó que para cualquier divergencia la letra a respetar y asumir como propia era nada menos que la carta orgánica del partido de Macri. Así como se lee.
Para peor, Rogelio Frigerio viajó a la provincia para aclararles a sus aliados que si querían mantener la sociedad y sus puestos en las listas, debían acatar que el candidato único a presidente de la coalición es Macri y nada para Sanz. Salvo que quisieran competir en internas. Ante la intimación, la UCR oficial entrerriana, de raíces forjistas, se entregó sin pelear. Va a apoyar al chacarero Alfredo De Angelis como gobernador y al líder del PRO en las presidenciales, cuando las proyecciones dan como eventual triunfador al FPV por casi el 60% de los votos.
Tan grande es la crisis que, en las últimas horas, un sector importante del radicalismo entabló negociaciones directas con Sergio Urribarri para convenir estrategias comunes con el Frente para la Victoria, consumando una sangría con final imprevisto.
También cruje Cambiemos en la Capital Federal, después del debate en TN. Para el PRO, Martín Lousteau atravesó un límite al criticar a Horacio Rodríguez Larreta más allá de lo pautado entre socios. Lo que niegan en público (que la del actual jefe de Gabinete porteño y la del candidato del ECO son dos variantes –con rulos y sin rulos- de una misma oferta nacional), es un asunto que en privado no encuentra objeción.
Las menciones a la corrupción macrista cayeron como la irritante traición de un compañero de ruta, disimulado, pero compañero al fin, llevando agua al molino de Mariano Recalde, que salió bien parado aún en un territorio hostil como TN.
Ocurre que Lousteau, gran lector de encuestas, advierte que los números reflejan un estancamiento en las adhesiones a su figura, como si en las PASO hubiera encontrado un techo y no el piso de sus chances. Se le hace difícil, de todos modos. En el debate salió a castigar a Rodríguez Larreta como si fuera un opositor, que no es.
“Él debía pegarle a Recalde. Si lo que quiere, como nosotros también queremos, es llegar a un balotaje conjunto, su enemigo no es Horacio, sino Mariano”, explican las fuentes macristas para justificar la molestia. No piensan lo mismo en ECO: “Martín necesita demostrar que es el único opositor que está en condiciones de medirse en segunda vuelta con el PRO. Había que marcar distancia.”
El escándalo Xipolitakis, haya sido una operación o no, quizá encuentre explicación en los resultados del debate. Contra todos los pronósticos, Recalde sorprendió, solvente y tranquilo, frente a un Rodríguez Larreta demasiado aferrado a las técnicas aprendidas en el coach y a un Lousteau que, si bien frente a las cámaras demostró una gran ductilidad, no pudo evitar que las esquirlas lo terminaran alcanzando.
Sobre todo, con el tema de la resolución 125. Parte de su estrategia, hasta esa noche, había sido despegarse de cualquier tipo de pasado. Presentarse como un recién arribado a la política. Su paso fugaz y polémico por el Ministerio de Economía en 2008 no estaba en discusión. Recalde se lo recordó. Fue un estiletazo: de golpe, el chico mimado por las revistas del corazón y los programas de la tarde, beneficiado por la amnesia fabricada por el Grupo Clarín SA, se reencontró con un pedazo de su historia que no lo deja bien parado.
Un día después, desde La Pampa, la presidenta volvió a insistir. Habló de ingratitud (Lousteau llegó a ministro de su mano) y blanqueó algo que nunca había quedado demasiado claro: fue el error de cálculo del efímero ministro lo que produjo el lockout agropatronal más grave de la historia argentina, juntando a la Sociedad Rural con los medianos y pequeños productores en la protesta. Cuatro meses en los que el país vivió en vilo.
Lousteau tuvo que acudir en auxilio propio al programa de Mariana Fabiani en Canal 13 para tratar de justificar lo que no logró aclarar durante el debate moderado por amistosos comunicadores como Marcelo Bonelli y Edgardo Alfano.
Y allí no dijo la verdad. Planteó que su resolución era buena, que el mismo gobierno la defendió durante meses y que él ya no estaba cuando Julio Cobos la terminó de enterrar con su voto “no positivo”, traicionando a Cristina Kirchner.
La falsedad histórica que introdujo fue el ocultamiento adrede del formidable trabajo de corrección de la norma administrativa que Agustín Rossi, entonces jefe de la bancada del FPV, tuvo que hacer para armar y redactar el proyecto de ley, consensuado artículo por artículo incluso con fuerzas opositoras, que mantenía las retenciones pero evitaba que las alícuotas castigaran a los pequeños y medianos productores como ocurría con la resolución firmada originalmente por Lousteau.
Esto no lo admitió. Ni siquiera lo negó. Salió del pantano mencionando a Guillermo Moreno y farfullando que todo el error había sido del kirchnerismo “torpe” que se quedó y no de los kirchneristas “hábiles” que, como él, abandonaron el barco oficial asustados por lo que, creían, era el final del gobierno.
Su incursión en el programa de Fabiani tuvo momentos interesantes. Uno fue cuando, después de alardear sobre sus estudios de posgrado en Londres y declararse discípulo de los socialistas fabianos creadores del Estado de Bienestar, no pudo responder a una panelista que lo inquirió sobre su contradictorio planteo de achicar el gasto y, en simultáneo, prometer mayores prestaciones desde ese mismo Estado jibarizado.
“Para dar mayores prestaciones, hay que capacitar al personal. Eso exige mayor inversión. Más gasto, no menos”, le soltó, con aire despreocupado, la panelista. A lo que Lousteau respondió con un balbuceo previo a cambiar de tema para embarullar a la audiencia con picardías de charla TED: utilizar metáforas de química y física para explicar asuntos económicos. Entretenido, pero insustancial y engañoso.
A pesar de estar casi durante una hora en pantalla, como tiempo suplementario al debate aunque esta vez sin oponentes, Fabiani jamás habilitó la discusión sobre un tema inquietante: las amenazas que recibió el periodista de C5N Alejandro Bercovich por publicar que el candidato de ECO se financia a través de oscuros personajes de la UBA que se habrían enriquecido de modo ilegal actuando como falsos proveedores del Hospital de Clínicas, dependiente de la casa académica.
Tampoco sobre sus relaciones con Enrique Nosiglia, que estuvo en la cena para recaudar fondos para su campaña; o con Luis Barrionuevo, quien le cede locales partidarios para sus charlas.
Claro, era un programa de la tarde. Blando, de chimentos, un formato de medianía, superficial. Sin embargo, se hablaba de política. Y bastante. Obviando, por supuesto, cualquier cosa que pudiera molestar al invitado o a sus mandantes. Y evitando, por razones de buen gusto, se supone, el episodio que llevó a Lousteau a la tapa de la revista Paparazzi hace unos años, aunque el formato del programa era el más indicado para tratarlo. Se llama “El diario de Mariana”. ¿Será Clarín?
Así como no hubo nada novedoso en Santa Fe y Del Sel le regaló la primera derrota importante a Macri, no sorprende que la UCR entrerriana estalle después del acuerdo contra natura con el PRO y aumenten las chances del FPV en la provincia. Tampoco nada deslumbra en Capital Federal: el sistema de cargos y negocios tradicional tiene dos candidatos, Larreta y Lousteau. Los dos con CV que prefieren olvidar.
Aunque la zona marchita de la política insista en maquillarse, cada vez queda más al descubierto que su vieja lozanía siempre fue una impostura. Son el cambio. El que siempre lleva al pasado.