En un año electoral, colmado de propuestas políticas y de discursos que buscan la adhesión del electorado, la serie El Reino viene a mostrar una realidad paralela y cercana. Conversamos con la escritora Claudia Piñeiro y el productor Marcelo Piñeyro sobre esta Argentina distópica donde la iglesia evangélica, el conservadurismo, organizaciones paramilitares y la posibilidad de un golpe de Estado se manifiestan para poner en peligro la democracia.
Por Javier Sadir para La Palta
“-¡Excusas! ¡Todas excusas para no hacer lo que hay que hacer! Cuando también digo que hay que derogar la ley del aborto, me dicen que primero tiene que pasar por el Congreso” -expresa alterada la mujer del presidente-. “Cuando pido, por favor, que dejen de aleccionar a los niños en los colegios, me dicen que la educación sexual ahora es una ley. Pero, ¿quién manda en este país? ¿Cuál es el obstáculo? ¿Es el Congreso? ¡Cierren el Congreso!”.
-“En nuestro país hay tres poderes, Elena”.
-“¡No, no! ¡Hay uno solo y es Jesús!”.
“Yo quiero decirles a ustedes acá y asumir el compromiso que no solo no vamos a sancionar, sino que no nos vamos a adherir a ninguna ley nacional que tenga que ver con la ideología de género. ¡Esto lo indica Dios, nos indica el camino que tenemos que seguir!”.
Dos escenas que podrían formar parte de la misma secuencia.
La primera forma parte de El Reino -de la escritora Claudia Piñeiro y el productor Marcelo Piñeyro-, la exitosa serie de Netflix que lanzó su segunda temporada este mes. En ella, se ve a la pastora Elena -interpretada por Mercedes Morán-, primera dama de la Argentina, en la Casa de Gobierno exigiendo a su asesor la asignación de un subsidio para su iglesia.
La segunda escena, en cambio, fue extraída de un archivo del año 2018. Forma parte de la realidad local y reciente. El video muestra a Osvaldo Jaldo, vicegobernador de Tucumán, expresándose contra la Ley Micaela sobre el escenario de una iglesia evangélica, con el micrófono en la mano, una banda de música en vivo de fondo y un público creyente.
Según sus creadores, la escena de la serie no está basada en ningún discurso ni acto. Ningún personaje está inspirado en ninguna personalidad política de la realidad. “Es pura intuición”, dirá Piñeyro. Una intuición que se la da el personaje y que, cada vez más, se acerca a la realidad
En un año electoral, colmado de propuestas políticas y de discursos que buscan la adhesión del electorado, la serie viene a mostrar una realidad paralela y cercana. Una Argentina distópica o “un metaverso”, dirá Marcelo Piñeyro, donde la iglesia evangélica, el conservadurismo, organizaciones paramilitares y la posibilidad de un golpe de Estado se manifiestan para poner en peligro la democracia.
—¿Cómo surge la idea de El Reino?
—Claudia: A nosotros nos juntó de nuevo un productor que nos propuso escribir una suerte de “La viuda de los Jueves 2”, proyecto donde trabajamos juntos. Escuchamos la propuesta con mucha amabilidad, pero los dos salimos convencidos de que no nos interesaba hacer una segunda parte de esa historia. Sin embargo, el encuentro estuvo bueno para pensar otra cosa. Después de algunas llamadas y encuentros, salió El Reino.
—Marcelo: Todas las ideas giraban en torno a la manipulación de la que están siendo objeto las sociedades por parte de un poder concentrado. Estuvo esta posibilidad de las iglesias evangélicas, pero también teníamos otra idea que tenía que ver con las redes sociales. Todo confluyó en El Reino. De pronto, surgieron los personajes y tuvimos que empezar a pensar cómo sería esa familia que gira en torno al negocio de la religión. Nos entusiasmó muchísimo y salió el disparador de la trama con un pastor convocado por un partido de derecha que lo necesitaba para el triunfo. Cada personaje nos tiraba luces muy diferentes sobre este universo.
—La serie tiene escenas sensibles y cargadas de referencias ideológicas, signos y sentidos. ¿Qué criterios utilizan o cómo deciden las escenas que quedan dentro y fuera del relato?
—Marcelo: No pienso en términos de si es una escena fuerte o no. Es una intuición que narrativamente te lleva a que algunas cosas sean muy potentes. Ambos sentíamos que necesitábamos una cosa de violencia y de impacto. Esto, sin dudas, cruza una barrera y hay que llevar al espectador a eso. Es un proceso puramente intuitivo.
—Claudia: A mí, desde el punto de vista narrativo, me resulta efectivo para contar. Es decir, cómo contás la violencia si no la mostrás. Porque hay una violencia muy extrema en estos personajes que tenés que mostrar. Siempre confío en el espectador y me parece que protegerlo de determinadas cosas habla de una subestimación a la persona que mira la serie y que quiere enterarse qué es lo que pasa. Así, juntamos todo en algunas escenas como una píldora de la violencia que permite contar.
—Partimos de la base de que El Reino es ficción. Sin embargo, este tipo de series llevan, inevitablemente, a pensar qué tan cerca está la historia de la realidad. En el norte de Argentina, por ejemplo, la posibilidad de que las iglesias evangélicas sean gobierno está latente. ¿Qué les produce, como autores, ver este tipo de manifestaciones en la realidad?
—Claudia: En general, nos pasa de tener la sensación de “esto ya lo escribimos”. A lo largo de toda la escritura, nos ha pasado que íbamos pensando escenas que, luego, veíamos en videos de la realidad. Es algo que está en el aire y que, de alguna manera, lo bajamos a palabras. El fin de semana que se estrenó la serie, por ejemplo, recibí videos de España de una pastora evangelista que hizo una alianza con el PP (Partido Popular) o de (Horacio) Larreta y (Cynthia) Hotton abriendo la agenda a los pastores evangelistas. Entonces, el público me pregunta: “¿No era que no iba a haber tercera temporada de El Reino?”, irónicamente, como si la realidad fuera parte de la serie. Sentimos que estamos hablando de algo que está sucediendo.
—Marcelo: Que hoy ciertos personajes caricaturescos aspiren al poder en diferentes partes del mundo no me suena inocente, porque, en definitiva, vacía de sentido a la figura presidencial. Lo que claramente vemos es que lo que está en peligro es la democracia. Por eso, esto va más allá de lo partidario. En la serie, planteamos una Argentina del multiverso, donde se usa a la religión como herramienta para manipular. Esto viene de la mano de una restauración conservadora feroz que ataca los avances en leyes que garantizan derechos y que lleva a la violencia como instrumento del Estado para poder mantenerse. Para entender eso, hay que salirse de las ramas que tapan el bosque. Al meterse en lo partidario, entramos en un barro que no sirve para pensar. Por eso, hablar de una Argentina paralela permite poner afuera las líneas que están subyacentes.
—Al mismo tiempo, a nivel nacional, se reconoce un avance de las ultraderechas y los movimientos libertarios, que tienen como líder a Javier Milei, comprables a ‘Los Pretorianos’ de la serie y a las organizaciones militares que llevaron a los golpes y dictaduras en el país. ¿Hay influencia de esto a la hora de construir los personajes y su psicología? ¿Cómo se desarrollaron estos personajes?
—Claudia: Cuando desarrollamos los argumentos del personaje del pastor Emilio, nunca pensamos en (Javier) Milei. No es que pensamos cómo pensaría Milei, sino que pensamos cómo pensaría Emilio Vásquez Pena. Qué argumentos necesita para hacer esto, porque te abarata mucho ponerlo en una persona. Se piensa cómo un personaje como el del pastor Emilio, que además es un pedófilo y tiene un montón de cuestiones relacionadas con la violencia y la corrupción, argumenta sus acciones. No se me ocurre jamás pensar cómo lo piensa una persona que está en la realidad, porque, además, me parece más interesante mi personaje que el de la realidad. Porque tiene más matices, tiene una gama mayor para desplegar y para pensar con más libertad.
—Marcelo: Por eso, también pensamos en una Argentina paralela, porque, si no, terminás en caricaturas que subestiman. Y si hay algo que no hago es subestimar a estas personas, porque me parece que son peligrosas. Nosotros hemos construido y creado un personaje que, permanentemente, cruza fronteras. Cuando uno ve determinadas figuras públicas, piensa que alguna vez fueron genuinas y se pregunta cuándo cruzó la frontera. El proceso creativo es más intuitivo que racional y estas son cosas que uno piensa a posteriori. Nosotros intentamos que los personajes nunca sean prototipos, sino que sean tipos. Por eso, no nos permitimos que nuestra mirada en la realidad determine la construcción del personaje, sino que quien mande sea el mismo personaje y su coherencia interna.
—La serie sale en un año electoral, ¿tuvieron algún tipo de presión o ataque por parte de algún sector que se vea perjudicado con la ficción?
—Marcelo: Yo no me enteré de nada.
—Claudia: Yo tampoco, pero sí me causa gracia que algunos me dicen: “Se van a enojar con la serie los peronistas”, y otros me dicen que se va a enojar Larreta o los libertarios. O sea que todos ven en el otro reflejos de esta realidad y creo que ninguno quiso asumir la parte que les toca. Cada uno ve el espejo en el otro.
—En la serie, las instituciones como la Justicia o los medios de comunicación también aparecen como promotores antiderechos. Se puede ver cómo se construyen discursos que generan opinión pública y se censuran las resistencias. ¿Cuál es el papel de los medios alternativos y populares? ¿Y cuál es el rol como autores?
—Claudia: Yo tengo confianza en que los medios alternativos pueden contribuir ante la desinformación. No tengo dudas que eso rompió un monopolio del discurso que se filtra. Yo hablo con mis hijos y ellos ven cosas y escuchan cosas en lugares que yo no sé ni que existen. Todo eso contribuye muchísimo a que haya una pluralidad de voces y que cada uno pueda elegir quién le informa mejor. Sobre todo, en lugares como Tucumán, donde hay una cosa muy marcada hacia dónde va el discurso oficial. De hecho, Tucumán es de las provincias en que he tenido más ataques cuando milité la ley del aborto y corrieron rumores de que fui pagada por George Soros para hacer campaña por el aborto legal. Quiero comunicar a los tucumanos que a mí nadie me pagó para hacer campaña de nada.
—¿Cómo llegan estas miradas a espacios con mayor incidencia como son las grandes plataformas como Netflix? ¿Cuál es la rendija por la que se entra?
—Marcelo: Este nuevo formato de serie que surge en HBO a finales del siglo pasado, con series como Los Sopranos, apuestan a salir de un lugar más adocenado que tenía la televisión en sus ficciones y a recuperar un espacio que el cine estaba perdiendo. Era un cine muy popular en los sesenta y setenta, pero, a su vez, era muy cuestionador y reflexivo que marcaba agenda en el debate público. El mainstream cinematográfico estaba en otra zona y, con estas series, recuperaron ese espacio. Una televisión paga que no estaba buscando grandes audiencias, sino prestigiar una marca. Cuando arrancan las plataformas como Netflix, aparecen series como House of Cards que resultan muy cuestionadoras del mensaje en boga, buscando un público adulto y recuperando el cine de unas décadas atrás. En el momento en que empiezan a producir en Latinoamérica, nos llaman a nosotros y decidimos proponer. De inmediato, nos dijeron que sí a las diez carillas presentadas en Word. Yo, en ese momento, hablé con el responsable de Netflix y le dije: “Es un tema áspero y si en el camino vamos a tener que lijarle los bordes para que moleste menos, no la hagamos”. Porque esta serie tiene sentido en la medida en que genere controversia e incomode en algún lado. Y, en efecto, fue así. Nunca nos impusieron nada y trabajamos con una libertad absoluta, por lo que nos hacemos cargo de todas las críticas que nos hagan. Además, nosotros entendíamos que, si bien El Reino tocaba un tema que está sucediendo en el mundo, para que pueda llegar a las audiencias, teníamos que hacerla absolutamente argentina.
—Claudia: Respecto a la ventanita por la que se entra, hoy, Netflix pide historias con mucho peso local. A ellos les interesa que se entienda el lugar donde se va a filmar y le quieren dar una impronta muy local a lo que hacen. Apuestan a que representen al lugar donde se produce la serie y eso es muy interesante.
—¿Hay posibilidades de una tercera temporada?
—Marcelo: La serie está cerrada. Obviamente, todo se puede continuar, pero no está pensado.
—Claudia: A lo mejor, algún personaje puede tener un spin-off, pero si Netflix decide hacerlo, a lo mejor, ni siquiera somos nosotros los autores. Esto es algo que hemos entregado, pero siempre puede surgir algo nuevo. Quizás si no lo hacemos nosotros en la ficción, lo harán los políticos en la realidad.
Por Javier Sadir para La Palta / Imagen de portada: Fotograma de la serie El Reino (2023).
crédito: https://latinta.com.ar/2023/04/el-reino-serie-democracia-peligro/