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Una obra que recorre las manías y atributos de los artífices de la revolución digital

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Con el talento sólo no alcanza: la tenacidad, el desprecio a la autoridad y la ponderación del trabajo en equipo fueron decisivos para apuntalar la gesta exitosa de los artífices de la revolución digital que el periodista Walter Isaacson retrata en Los innovadores, un libro que recorre las obsesiones de los hombres y mujeres que ayudaron a moldear una nueva subjetividad delimitada por internet, los videojuegos y las redes sociales.

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A tono con el fenómeno de la creatividad, una temática que se ha instalado con fuerza en las librerías a partir de obras como Ideas bajo la ducha, Pasaje al futuro o En cambio -el best-seller del biólogo molecular Estanislao Bachrach, autor también de otro hito como Agilmente- Isaacson desentraña en esta obra los componentes menos obvios de la innovación, que acaso encuentra en el célebre Silicon Valley uno de sus mayores exponentes.

El autor de la más precisa biografía sobre Steve Jobs se dedica a rastrear qué indicadores posibilitaron que algunos emprendedores trasciendan con sus ideas visionarias y cómo aprovecharon los segmentos de creatividad, así como también fundamenta las razones por las cuales algunas mentes brillantes no pudieron dar a conocer sus inventos.

El selecto catálogo de Isaacson arranca con Ada Lovelace -hija de Lord Byron y una pionera de la programación informática en la década de 1840- y continúa con los emblemas de la actual revolución digital, entre ellos Vannevar Bush, Alan Turing, John von Neumann, Doug Engelbart, Bill Gates, Steve Wozniak, Steve Jobs, Tim Berners Lee y Larry Page.

“El ordenador e internet figuran entre las invenciones más importantes de nuestra era (…) No nacieron en una buhardilla o en un garaje de la mano de inventores solitarios (…) En lugar de eso la mayorí­a de las innovaciones de la era digital son fruto de la colaboración”, sostiene el autor.

Así, Los innovadores. Los genios que inventaron el futuro (Debate) rastrea las motivaciones de un grupo de personas que cambiaron las coordenadas del mundo contemporáneo a partir del entrelazamiento de desarrollos como la informática, la computadora personal y la aparición de las redes sociales.

Los genios que interpela Isaacson en su libro tienen en común “el rechazo a las élites poderosas y el deseo de controlar su propio
acceso a la información”, así como su capacidad para colaborar y dominar el arte del trabajo en equipo.

Una de las trayectorias más singulares -y menos conocidas- es la de Lovelace, que para Isaacson reúne creatividad, humanismo y conocimiento cientí­fico: la hija del poeta Lord Byron es conocida como la primera programadora de computadoras de innovación ‘militar’ en los 30.

El periodista sostiene que tras el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, un ordenador completamente electrónico, bautizado con el nombre de “Colossus”, ayudó a descifrar códigos alemanes, mientras que más tarde las Fuerzas Aéreas y la Marina estadounidense hicieron acopio de microprocesadores que se utilizaron en misiles que tení­an como objetivo alcanzar Rusia o Cuba.

En esos tiempos sobresale la figura de William Shockley -que en 1956 compartió el Nobel de Física por coinventar el transistor- y a quien Isaacson retrata como un personaje con afán de protagonismo cuyas tendencias paranoides arruinaron la empresa que llevaba su nombre.

Según el periodista, ocho de los mejores investigadores abandonaron la firma y prosiguieron su carrera fundando Fairchild Semiconductor, la compañí­a más influyente de la historia digital, en tanto que Shockley se convirtió en un delirante defensor de teorí­as feroces sobre la raza y la inteligencia.

En el abordaje de figuras como Jobs, Isaacson hace hincapié en la noción de trabajo en equipo y asegura que más allá de su temperamento algo conflictivo, el fundador de Apple será siempre recordado por haber creado “el equipo más leal” en Silicon Valley.

El libro está plagado de anécdotas, como cuando el cofundador de Apple, Stephen Wozniak, creó un circuito capaz de burlar el teléfono que usó para hacer una llamada gratis a larga distancia al Vaticano.

Isaacson, autor también de una biografía sobre Albert Einstein, sostiene que en los próximos años nuevos servicios, plataformas y redes sociales reforzarán paralelamente la imaginación individual y la creatividad colaborativa: “La interacción entre la tecnologí­a y las artes originará eventualmente nuevas formas de expresión y formatos de medios”, vaticina.

El periodista indica que esa innovación llegará de la mano de aquellos que puedan “vincular la belleza con la ingenierí­a, las humanidades con la tecnologí­a y la poesí­a con los procesadores”.

Otra de los innovadores retratados por el autor es el psicólogo y tecnólogo Joseph Carl Robnett Licklider, nacido en 1915 y conocido como el precursor intelectual de los dos conceptos más importantes en los que se basa Internet: las redes descentralizadas que permitirí­an la distribución de la información desde y hacia cualquier parte, y las interfaces que favorecerí­an la interacción hombre-máquina en tiempo real.

“Lick”, tal su apodo más conocido, fue el fundador y director del organismo militar que financió el ARPANET y volvió al ruedo diez años después, cuando se crearon los protocolos de lo que tiempo más tarde se transformaría en Internet.
Isaacson se ocupa también de Bill Gates, a quien presenta como un jugador compulsivo, “rebelde por el simple gusto de incordiar”.

Según el autor, Gates fue incapaz de darse cuenta de que el ordenador personal, buque insignia de la empresa, serí­a relegado al olvido por sus clones si permití­a que Microsoft otorgase licencias de MS-DOS, el sistema operativo de la máquina, a discreción. Sin embargo, el gurú informático sacó partido del error con un fervor salvaje.

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