En su obra El corazón americano, el ensayista francés Guy Sorman vuelve a provocar al lector con un minucioso recorrido por la afición filantrópica de la sociedad estadounidense, un rasgo poco explorado que le permite desmontar la visión de una nación presentada de manera recurrente como emblema del individualismo, la competencia y el consumo.
“El 90 por ciento de los estadounidenses adultos hacen una donación anual. Son más los que donan que los que votan”, suelta Sorman en las primeras páginas de su libro, que con cifras y casos concretos ofrece una mirada diferente sobre Estados Unidos centrada en su desconocida tradición filantrópica.
Así, el ensayista francés, autor de una veintena de libros, se remonta al pensamento de Benjamin Franklin (1706-1790), considerado uno de los padres fundadores de Estados Unidos y uno de los impulsores de esta filosofía que, dice, “ya es parte del ser norteamericano”.
“Con este nuevo libro he intentado presentar una radical y nueva perspectiva de la sociedad americana. Me llevó muchos años entender que el capitalismo no es la llave que describe la civilización americana. La pasión real de la mayoría de los americanos es su voluntariado y sus donaciones a causas sin fines de lucro”, explica Sorman a Télam por email, tras una fallida visita a Buenos Aires que debió ser cancelada luego de permanecer varado varias horas en Nueva York.
Según el escritor y economista, esta generosidad no está vinculada a la caridad sino con un deseo más profundo de “cambiar la sociedad” y es llevada adelante “con compromiso, en forma sistemática, a través de la donación y el voluntariado”, con destinos diversos, que pueden ser desde una iglesia, una asociación humanitaria, o una fundación, o un establecimiento educativo o partido político.
“Basado en mi observación, la razón principal por la que la gente dona (tiempo o dinero) es cultural. En Estados Unidos todo el mundo dona, no donar sería raro, casi sería no ser americano”, reflexiona Sorman.
El economista compara a Estados Unidos con otros países, como por ejemplo Francia -donde los ciudadanos consideran que ayudar a la gente es el rol del Estado- o la India, donde la ayuda viene de la mano de la caridad que llega a la gente a través de los templos religiosos.
Por eso, Sorman llega a la conclusión que “la cultura es la principal razón por la que la gente actúa o no actúa en el Tercer Sector” y que “en este marco puede dar más o menos dependiendo de su narcisismo, fe, o búsqueda de beneficio impositivo”.
En El corazón americano, editado por Penguin Random House, así como sucede con varios de sus libros, el ensayista rehúye de todas las categorías previas, mezclando diferentes técnicas de escritura para hacer que temas complicados puedan ser accesibles al lector e incluso -admite- “resultar entretenidos”.
“Una buena historia es más convincente que un largo tratado académico. Creo que las buenas historias son el camino para generar cambios en nuestras sociedades”, dice Sorman que espera que el ejemplo de la filantropía norteamericana “motive políticas y acciones en todas partes del mundo, incluida la Argentina” a la que, dice, ha tratado de “influir” con sus libros y visitas, que concreta prácticamente todos los años.
El autor de La singularidad francesa y El progreso y sus enemigos admite que “prácticamente nada se ha escrito sobre el Tercer Sector, ni en Estados Unidos ni en ningún otro país” y considera que probablemente haya sido porque “todos los debates y todos los expertos se fascinan con la controversia ideológica entre gobierno y mercado”.
“Esta obsesión ideológica nos ha enceguecido por muchos años, y me incluyo”, admite en su charla.
En realidad, la dimensión de este Tercer Sector, o “tercer estado” como elige denominarlo Sorman, no pasa desaparcibida para quien decida indagar en el tema.
Según precisa, “dos tercios de los donantes otorgan en Estados Unidos una parte de su tiempo a una obra filantrópica” y, en total, “el universo sin fines de lucro representa el 10 por ciento de la economía estadounidense y el 10 por ciento del empleo”.
Esta desconocida generosidad estadounidense “permite que las organizaciones sean totalmente independientes de los fondos públicos” pero, además, involucra a ricos y no ricos.
“Las diferencias entre las contribuciones se corresponden con la desigualdad de los ingresos. En la cima están las grandes fundaciones y más abajo los asalariados, que incluso obtienen horas de libertad por mes, remuneradas o no, para participar de voluntariados, o donan parte de su sueldo a alguna obra de su elección”, dice.
En este marco, Sorman destaca el rol de la clase media e incluso de las clases más pobres, a las que muchas veces “se las subestima” porque lo que donan no es dinero sino tiempo.
“Lo que ellos dan no es fácilmente medible, y no tienen agentes de prensa como los donantes ricos, pero son ellos los que cuidan a un enfermo, a alguien que se está muriendo o a un chico discapacitado. Son ellos los que donan algo tan valioso como el tiempo y los que de esta forma tanto hacen por una sociedad mejor”.
“Dar tiempo o dinero a una organización sin fines de lucro le da un sentido a nuestras vidas. Las actividades no rentables proveen un beneficio a quienes las realizan (psicológico o ético) y, evidentemente, además de hacerlo a quienes lo reciben”, dice Sorman, que de esta manera aporta su mirada personal sobre el tema que analiza en su nuevo libro.