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Se cumplen cuatro décadas de la pelea “más grande de la historia” en la que Alí noqueó a Foreman

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Muhammad Alí, quizás el mejor boxeador de todos los tiempos, vivió la noche de resurrección en su carrera hace cuatro décadas, cuando reconquistó el título de los pesos pesados que le habían quitado y venció a George Foreman, en una épica pelea desarrollada en Zaire, actual República Democrática del Congo.

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Muhammad Alí, quizás el mejor boxeador de todos los tiempos, vivió la noche de resurrección en su carrera hace cuatro décadas, cuando reconquistó el título de los pesos pesados que le habían quitado y venció a George Foreman, en una épica pelea desarrollada en Zaire, actual República Democrática del Congo.

Casi 100 mil espectadores de raza negra fueron mayoría en un estadio Nacional de Kinshasa en donde ambos púgiles recibieron una bolsa de cinco millones de dólares cada uno, pagados por el dictador Mobutu Sesé Seko, en aquel entonces a cargo de la presidencia de ese singular país africano.

El 30 de octubre de 1974 (en realidad, el 31 en territorio zaireño, porque el combate se inició a las 4.00 local por petición de la cadena de TV de los Estados Unidos que pagó los millonarios derechos y adecuó el horario al público norteamericano) tuvo lugar un combate inolvidable.

Foreman, de 25 años por aquel entonces, lucía orgulloso el título de la Asociación (WBA) y del Consejo (WBC) mundial de los pesados, que había ganado el año anterior, en Kingston, Jamaica, cuando noqueó a Joe Frazier, otro ‘prócer’ de la categoría.
Alí, de 32, ya había experimentado la gloria de ser campeón, tiempo atrás, en 1964, cuando –todavía bajo el nombre de Cassius Clay- venció con claridad a Sonny Liston.

Convertido al islamismo y ya conocido bajo la denominación de Alí, el púgil nacido en la ciudad de Louisville se negó a enrolarse en el servicio militar para ir a combatir a Vietnam (1967).

Un Tribunal Federal de Houston lo condenó a cinco años de prisión y la Comisión Atlética de Nueva York le quitó el título y le retiró la licencia de boxeador. Recién en 1970, el múltiple campeón pudo regresar a pelear, ganándole al argentino Oscar ‘Ringo’ Bonavena, en diciembre, en el Madison Square Garden.

El promotor Don King, cuyos antecedentes estaban más emparentados con las actividades ilícitas que las boxísticas, ideó la realización del mítico combate. Le ofreció 5 millones de dólares a cada uno de los oponentes pero, lo más gracioso, fue que no tenía el dinero para pagarles. Entonces, el dictador Sesé Seko apareció como bendición en su camino y el enfrentamiento se trasladó a Africa.

Alí llegó a Zaire y, enseguida, se entremezcló con la gente del lugar. Foreman, por el contrario, arribó a Kinshasa acompañado por tres perros pastores alemanes y un nutrido séquito de guardaespaldas. El público local no tomó gentilmente el gesto del campeón, debido a que todavía estaba fresco el recuerdo de los perros de la Policía Belga persiguiendo a la multitud ante las distintas protestas sociales.

Entonces, Zaire se puso, definitivamente del lado de Alí, a quien identificó como ícono en esa lucha por proteger los derechos de los habitantes de la raza negra. El retador, inteligente como pocos más allá de esa condición de fanfarrón que todos supieron reconocer, utilizó este recurso e inventó un cántico para que la multitud lo reprodujera: ‘Alí bomaye’ en congolés se tradujo como ‘Alí, mátalo’.

La otrora pelea del siglo, conocida tiempo después como ‘Rumble in the jungle’ (Rugido en la selva), se demoró seis semanas por una lesión de Foreman.

Cuando los dos estuvieron frente a frente, en el cuadrilátero, el campeón lucía más atlético, más potente. El retador, con la inteligencia que lo distinguió a lo largo de su carrera, diseñó un plan de pelea perfecto, sin fallas.

“Vuela como una mariposa, pica como una abeja” fue la frase de cabecera que el entrenador Angelo Dundee ‘metió’ en la cabeza de un Alí que, durante los primeros cinco rounds, eligió recostarse sobre las cuerdas, en las esquinas (lo que solía poner nerviosos a sus ocasionales rivales), contrarrestando con potentes jabs de derecha.

Foreman dominaba la escena y enviaba potentes golpes desde distintos ángulos: algunos hacían daño, los otros eran esquivados por ese boxeador que bailaba sobre el ring como nadie y que pegaba en retroceso con una singular precisión.

Ya en el sexto round, el campeón había descargado un arsenal de impactos y lucía frustrado; buscaba desequilibrar de distintas formas y Alí seguía allí, enhiesto sobre el cuadrilátero.

Entonces, en el octavo asalto, el retador asumió, cual torero, que era ‘el momento’ para liquidar la faena. Dejó que su adversario lo arrinconara en una esquina y fue saliendo de la misma, en base a golpes certeros, aplicados al cuerpo y a la cabeza.

La definición fue perfecta y se dio cuando quedaban 12 segundos para finalizar la vuelta: un poderoso jab de derecha a la mandíbula de Foreman dejó al campeón en la lona. El árbitro Zach Clayton, incrédulo, inició la cuenta de protección y al llegar a ocho tomó nota de que el asunto estaba sellado. La pelea más recordada de todos los tiempos había concluido y la leyenda del boxeador ‘más grande’ recién comenzaba.

Vuela como una mariposa pica como una abeja.

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