Una operación mediática realza a la figura de Roca a cien años de su muerte, proponiéndolo como la gran figura a homenajear de nuestra historia. Pero esos festejos obvian variables que no niegan la importancia de Roca, pero sí muestran que no es un personaje para celebrar.
El centenario de la muerte de Julio Argentino Roca desplegó una serie de celebraciones en los grandes medios para presentarlo como “el mejor presidente de la historia argentina”. La importancia decisiva de Roca en la historia nacional no se puede negar. Pero, para quien escribe estas líneas, su figura no es precisamente admirable.
Comencemos por el punto más cuestionado: la “Conquista del desierto”. En Clarín,Juan José Sebreli protege a Roca diciendo que Rosas hizo lo mismo; flaca disculpa caer en un desastre previo para atenuar el siguiente. En la misma nota, Pacho O’Donnell critica la forma de la expedición pero la defiende, ya que sin Roca,“la Patagonia hoy no sería argentina”, sino de Chile.También justifica lo ocurrido Ceferino Reato en La Nación, al sostener que “en aquella época era muy habitual que los vencedores mataran a los vencidos”. Argumentos ciertos pero falaces.
Porque si bien la campaña de 1879 reunió mucho consenso también hubo voces que condenaron sus atrocidades, al igual que ocurrió antes con las matanzas de la Guerra del Paraguay; no es que era “natural” ejercer tal grado de violencia (además de que existían planteos integracionistas cercanos, como el de Lucio V. Mansilla). Y la competencia geopolítica con Chile no obligaba a lo que se hizo: confinamiento de indígenas en centros de detención en condiciones terribles y donde casi no los alimentaban; violaciones de mujeres por los soldados; separación de los niños de sus familias, cristianización forzada y cambio de sus nombres por otros en español. Muchos fueron repartidos por distintos lugares del país como mano de obra forzada, casi esclava. Estas medidas causaron muchas más muertes que las campañas militares y muestran una clara voluntad de terminar con las comunidades indígenas. El general Roca fue responsable.
¿Qué es lo ilógico de condenar hacia atrás semejante masacre? ¿Está mal acaso que la Alemania de la Posguerra haya pedido perdón por los crímenes del nazismo o que la Iglesia haya hecho lo propio con la antigua Inquisición? (alguien podría decir sobre esto último, “y bueno, en esa época se torturaba a los sospechosos”, etc; claro, no es seguramente la opinión de las víctimas, a quienes se excluye del relato).
Sigamos. Roca fue el protagonista de un hecho crucial: la derrota de Buenos Aires en 1880, obligando de una vez por todas a su clase dirigente a compartir el poder con las oligarquías provinciales, paso decisivo para la consolidación del Estado Nacional. Luego, en su primera presidencia, la sanción de la ley 1420 y el gran impulso a la alfabetización, el laicismo y la subordinación de la Iglesia al Estado fueron logros indiscutibles.
Sin embargo, no todas son rosas. Distintas investigaciones, como las de los historiadores Roy Hora e Israel Lotersztain, mostraron que los gobiernos de la década de 1880, el de Roca y después el de su concuñado Miguel Juárez Celman (que pasó de aliado a rival de su predecesor) fueron extremadamente corruptos, en particular por el auxilio de los bancos oficiales a los amigos de los dirigentes. Además, en agradecimiento por sus acciones, los partidarios del general en la legislatura bonaerense le donaron una gran extensión de tierra pública, la estancia La Larga, en un acto que sin dudas muchos de los recientes defensores de Roca –quien aceptó el regalo– censurarían en otros contextos.
Pero eso no es lo más grave, el problema es el tipo de país que representa Roca. Para un eufórico Reato, “Roca organiza el Estado y la Nación; conduce la Argentina hacia el éxito económico”. Efectivamente terminó de organizar el Estado con un sistema político cerrado, impulsor de una limitadísima participación ciudadana, con el poder concentrado en manos de una pequeña clase dirigente de bajo vuelo. Nada se puede rescatar de aquella experiencia.
Es real que el crecimiento económico argentino, que fue ininterrumpido desde la década de 1840 y se aceleró de manera rotunda en los 70, fue impresionante. Hubo un notable progreso material. Pero recortar solo algunas variables siempre es engañoso. Ese éxito económico dejó dos legados que a mediano plazo condenaban al país a problemas enormes: por un lado en la época dominada por Roca la desigualdad de ingreso dio un salto muy significativo; la brecha se amplió como nunca antes y esa marca tan latinoamericana dejó una impronta muy dura en el país.
En segundo lugar, la dirigencia roquista optó por el famoso modelo agroexportador. En el manual liberal las ventajas comparativas indicaban que era lo conveniente, pero en términos de desarrollo no era la mejor opción, como se demostró más tarde. Y no fueron pocos los que percibieron esa amenaza en la época, no es algo que solo se pueda establecer con distancia histórica. Sería injusto reclamarles programas industrialistas a Rivadavia o a Rosas, teniendo en cuenta la ausencia de capitales, hierro, carbón y mano de obra abundante. Pero en la década de 1870 el panorama era otro y no en vano figuras como Rufino Varela y otros industrialistas defendieron un proteccionismo que facilitara otras alternativas en el país. Sus posibilidades reales son imposibles de saber, pero marcan que la elección que se hizo fue eso, una elección, no algo inevitable. De este modo, Roca puede ser el “constructor del Estado”, pero también puede ser, si exageramos un poco, el “padre del subdesarrollo”.
¿Qué hay detrás de esta reivindicación de Roca de los últimos días? Una clara voluntad de criticar la actualidad acudiendo a una figura y un período idealizados. Pero hay más. En Roca está representada una Argentina en la cual los “mejores”, una aristocracia pequeña y consciente, dirigían los destinos del resto, al que se reservaba un lugar en la esfera productiva pero subordinado en todo lo demás. “Paz y administración”, su lema, nada de política. En Roca se añora una Argentina lejana y mitificada. Pero, por más que les pese a los nostálgicos, ella es, afortunadamente, solo un recuerdo.