Marina Silva y la fórmula de la oposición light

Marina Silva y la fórmula de la oposición light

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Contra todos los pronósticos, al final serán dos mujeres quienes disputen la presidencia en Brasil, el próximo 5 de octubre. Dilma y Marina aparecen con un empate técnico en las encuestas. Sin embargo, no hay una caída importante en la intención de voto para el PT, sí una reconfiguración central en la oposición, que en todos sus niveles apuesta a todo o nada con una candidata de origen humilde y de izquierda. ¿Un manotazo de ahogado de la elite brasileña?

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Hace un año, Aécio Neves era el principal candidato de la oposición para las elecciones presidenciales de Brasil. Su partido, el PSDB, se encaminaba a repetir lo que había ocurrido en el 2002, 2006 y 2010: ser derrotado por el PT de Lula y Dilma.

Intentando no tropezar esta vez con la misma piedra, Neves anunció que su asesor de campaña sería Renato Pereira, famoso por haber sido el artífice de la elección de Henrique Capriles en Venezuela, que estuvo a un pelo de ganarle a Nicolás Maduro a comienzos de 2013. A poco de asumir el timón de la campaña, Pereira avisó que los escándalos de corrupción no serían su principal recurso discursivo. Su idea era instalar que “el gran cambio de los últimos años -la reducción de la desigualdad y la mejora de millones de brasileños- se debe en gran parte al esfuerzo de cada una de esas personas”. El slogan de campaña rezaba: “Quien cambia al Brasil sos vos”.

La idea era inteligente, hija de la estrategia que tuvo Capriles en Venezuela y que se extiende entre las oposiciones de toda la región: dejar de negar las mejoras de los últimos años, no centrar la campaña en el ataque a los presidentes en ejercicio que tienen una imagen positiva en la mayoría de la población. Por el contrario, el objetivo es desvincular todo lo que se pueda la realidad que viven las personas de a pie respecto a las políticas de los gobiernos. La música para susurrar en los oídos de los votantes sería: “Si te va bien, es por tu esfuerzo individual, no le debes nada a la política”.

Sin embargo, a poco de andar, el ex asesor de Capriles salió eyectado de la campaña de Neves, quien eligió refugiarse en el discurso clásico de la derecha brasileña: el PT es una horda de corruptos, una década de hegemonía política es mala para la democracia, Brasil podría ser una potencia si vuelve el “clima de negocios” y así. Las encuestas de los últimos tiempos reflejaban la pobre cosecha de ese cambio de estrategia: Dilma primero, cómoda, Aécio Neves segundo, a más de diez puntos. Nada en el horizonte parecía cambiar ese orden de cosas.

Sin embargo, cuando el 13 de agosto Eduardo Campos se estrelló en la avioneta Cessna en la ciudad de Santos, todo cambió. Quien era su candidata a la vicepresidencia, Marina Silva, pasó a liderar la boleta del Partido Socialista Brasileño (PSB), y desde ese momento hasta ahora, no para de crecer en las encuestas.

La primera impresión es que el accidente de Campos creó una extraña anomalía que puso patas para arriba un orden natural de cosas. Sin embargo, la historia podría contarse a la inversa. De una forma accidental y trágica, la política brasileña encontró una forma de representar mejor a una oposición social que existía en el país. Veamos.

En primer lugar, el crecimiento casi inmediato de Marina Silva después de la muerte de Campos muestra que la anomalía era, en verdad, que el candidato presidencial tuviera menos apoyo que su vice. Esa extrañeza tiene una explicación: Marina Silva quería ser candidata a presidenta (como de hecho lo fue en el 2010, cuando sacó 20 millones de votos) pero al no conseguir los 500 mil avales a tiempo para presentar a su propio partido, decidió sumarse como acompañante de Campos y afiliarse de apuro al PSB.

Por morboso que parezca, el accidente del Cessna acomodó lo que la Justicia Electoral había impedido.

El segundo dato es aquel impulso de “caprilización” en la candidatura de Neves, luego abortado por su mismo partido. Había indicios de que un discurso menos confrontativo con el PT, que asumiera positivamente los logros de los años de Lula y Dilma era una receta más fresca, con mejores chances electorales. Qué mejor para encarnar eso que una candidata que fue ministra de Lula hasta el 2008.

Finalmente, el envión de Marina Silva en las encuestas parece echar luz sobre un fenómeno social que no parecía, hasta ahora, tener una traducción política: las inmensas manifestaciones callejeras del año pasado. Hubo un error profundo en la lectura de esas movilizaciones de 2013. Muchos lo vieron como una muestra de insatisfacción de quienes habían conquistado nuevos derechos -la famosa “nueva clase media brasileña”- que ahora no se contentaba con un empleo o programas sociales, y pedía una agenda más refinada a su gobierno. Sin embargo, la localización en grandes centros urbanos y el componente de estudiantes universitarios y profesionales, que no es precisamente donde están los votantes duros del PT, hacía sospechar que no se trataba de la masa que vota al oficialismo. Era, más bien, un reclamo por mejorar la representación política en el universo opositor. Un hartazgo “ciudadano” que no reclamaba nada concreto al gobierno del PT, sino más bien mostraba la insatisfacción de la tradicional clase media ilustrada, ante la evidencia de una década de derrotas políticas que la convirtieron en un paria político. “¿Cómo, Brasil se puede gobernar con los votos del nordeste y las favelas? ¿Y nosotros?”, podría haber sido una pancarta ideológicamente más honesta de aquellas marchas. Ese conjunto social -central en términos de opinión pública, pero cada vez menos relevante en términos electorales- parece haber encontrado en Marina Silva una candidata casi perfecta. Conciencia ecológica, ética personal, programa económico difuso y discurso apartidario.

Después de tres elecciones fallidas con candidatos de la elite clásica ( Aécio Neves, nieto del ex presidente Tancredo Neves, era uno más de esa lista), la oposición social, económica y mediática parece decidida a intentar llegar al gobierno con un liderazgo prestado, surgido de las entrañas del actual ciclo político.

Resta por ver qué riesgos electorales está dispuesto a asumir el PT para que su base social más firme, pero también el voto más elástico del centro y sur del país, no estén tentados en probar qué puede salir de un gobierno conducido por una ex trabajadora rural y militante ambientalista, sin estructura partidaria y con los poderes tradicionales de guardaespaldas.

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