Escocia, ante la pregunta que cambiará el curso de su historia

Escocia, ante la pregunta que cambiará el curso de su historia

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Los escoceses están a punto de enfrentarse a una pregunta que cambiará el curso de su historia cuando acudan a las urnas el próximo 18 de septiembre para responder si Escocia debería ser o no un país independiente y, por lo tanto, separarse del resto del Reino Unido después de 307 años juntos.

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“Excitados”, “entusiasmados”, “nerviosos”, “aterrados”, así dicen sentirse los escoceses de a pie, en las calles de Glasgow, la cuidad más poblada de Escocia, con las encuestas situando el futuro del país al filo de la navaja.

¿Debería Escocia ser un país independiente? Sí o No. Así se presenta el dilema para los casi 4,3 millones de personas que están inscriptas para votar, el mayor electorado jamás registrado en Escocia para una elección o referéndum, según la Oficina Electoral.

Tienen derecho a voto los mayores de 16 años que sean residentes en Escocia, incluyendo ciudadanos europeos y de la Commonwealth (mancomunidad de ex colonias y protectorados británicos). Los escoceses no residentes -unas 800.000 personas-, en cambio, no podrán votar.

El resultado del referéndum se determinará por mayoría simple (la mitad más uno) y el gobierno británico, que respalda la campaña a favor de la permanencia de Escocia en el Reino Unido, se comprometió a aceptarlo.

Escocia tiene poco más de 5 millones de habitantes, lo que representa el 8% de la población del Reino Unido, pese a que su territorio equivale a un tercio del total. Su PIB es de alrededor de 140.000 millones de euros (8,2% de los 1,7 billones del Reino Unido), pero cuenta con importantes reservas de petróleo y gas natural en sus costas del Mar del Norte.

Si bien el país forma parte de la “Unión” desde 1707, el actual parlamento escocés fue restablecido hace algo menos de dos décadas. Desde entonces, los escoceses tienen competencias en asuntos como salud, educación, vivienda, y transporte, mientras el parlamento y gobierno británico controlan defensa, asuntos exteriores, macroeconomía, el sistema de seguridad social y la regulación financiera así como gran parte de los impuestos.

En 2011, tras largos años de desilusión y hartazgo por las políticas neoliberales de Westminster, tanto de los laboristas como de conservadores – actualmente aliados con los Liberal-Demócratas -, los escoceses dieron un amplio respaldo en el parlamento autónomo al Partido Nacionalista Escocés (SNP, en sus siglas en inglés) de Alex Salmond, que impulsa la independencia.

Desde su posición de ministro principal de Escocia, Salmond desafió a Londres y en 2012 llegó a un acuerdo con el primer ministro británico, el conservador David Cameron, para celebrar un referéndum. Entonces, el sueño independentista del SNP contaba con el 30% de apoyo.

Para el líder nacionalista las reservas de petróleo y gas son la clave en esta contienda, que está basada más en lo económico que en la cuestión identitaria. Salmond asegura que gestionando los ingresos del petróleo, una Escocia independiente podría crear un fondo de reserva soberano que daría seguridad a su economía y prosperidad.

Por su parte, el gobierno conservador británico defiende que el Reino Unido ha sido una unión beneficiosa para todos sus ciudadanos y, en lo que respecta al petróleo, la explotación ha sido posible gracias al esfuerzo conjunto, que será más necesario en el futuro debido a las dificultades de explotación. También advierten sobre el límite de las reservas.

Salmond presentó la opción de la independencia como un proceso no traumático que traerá beneficios tangibles, como que los escoceses podrán decidir y gestionar cuestiones básicas como un salario mínimo actualizado al costo de vida. Bajo el lema “Yes Scotland” (Sí Escocia), el líder nacionalista promete que Escocia seguirá en la Unión Europea (UE), en la libra esterlina y mantendrá la Corona de Isabel II.

Del otro lado, los partidarios de la unión, con la campaña “Better Together” (Mejor Juntos), contrarrestaron los argumentos de Salmond con cifras que advierten de las consecuencias desastrosas que tendría la separación, como que Escocia crearía un agujero fiscal de entre 1,9 y el 6% del PIB. Londres agita el fantasma del miedo en torno a la libra y la UE.

Aunque la disputa parecía zanjada hace unos meses, las distancias se fueron achicando hasta que, el pasado 7 de septiembre, una encuesta de YouGov (una de las consultoras más confiables que sigue la campaña) dio por primera vez ganador al Sí (51% frente a 49%, excluyendo los indecisos). El avance independentista puso nerviosos a los partidarios del No, apoyados por los tres principales partidos políticos de Inglaterra y, sobre todo, a los agentes económicos y financieros. De inmediato, Escocia recibió una oferta de mayor autonomía fiscal si ganaba el No, y cuatro días después las encuestas volvieron a situar a los unionistas por delante y hoy se publicaron sondeos contradictorios.

Tanto si gana el Sí como si gana el No, algo será distinto tras el referéndum, ya que el pulso de la campaña entre separatistas y unionistas abrió un nuevo escenario y, de una manera u otra, es casi seguro que Escocia tendrá más poderes. Los indecisos, en torno al 6%, serán los que desequilibrarán la balanza.

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