Rodolfo Ortega Peña, historiador

Rodolfo Ortega Peña, historiador

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Una de las varias facetas de Rodolfo Ortega Peña fue la de historiador, en colaboración con Eduardo Luis Duhalde. Su obra merece ser leída y permite romper la imagen falaz de homogeneidad con la que a veces se presenta al “revisionismo” en la actualidad.

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La noche del 31 de julio de 1974, Rodolfo Ortega Peña fue asesinado a tiros en una esquina céntrica de Buenos Aires. El crimen, a menos de un mes de la muerte del presidente Perón, marcó el inicio de la aceleración de la violencia terrorista de la Triple A. Para entonces, Ortega Peña era uno de los militantes de la izquierda peronista más odiados por la derecha del mismo movimiento: abogado de presos políticos, diputado nacional por el FREJULI, integrante clave de las publicaciones Militancia peronista para la liberación y De Frente, figura cercana a distintas organizaciones revolucionarias, crítico abierto del Perón de la tercera presidencia. Y, también, historiador.

Junto con Eduardo Luis Duhalde publicaron en la segunda mitad de los años 60 una serie de libros sobre el siglo XIX argentino: “El asesinato de Dorrego”, “Felipe Varela contra el imperio británico”, “Baring Brothers y la historia política argentina”, “Facundo y las montoneras”, “Las guerras civiles argentinas”. Son textos potentes, fuertemente políticos –con el imperialismo y el “coloniaje” como problemas centrales–, que merecen ser leídos no solo como “fuente”, es decir para entender cómo pensaba y cómo argumentaban esos intelectuales de la izquierda peronista, sino también para rescatar y discutir los planteos históricos, que buscaban explicaciones novedosas para distintos problemas.

Por dar un solo ejemplo: cuando estudiaron el fusilamiento de Dorrego en 1828 –al que homologaron en una analogía pertinente con el del general Valle en 1956, al que podría agregarse en clave trágica una línea que conduce al asesinato del propio Ortega Peña–, buscaron la explicación de aquella muerte en la acción de la oligarquía. Pero propusieron algo inédito: como notaron que la posición de los británicos hacia Lavalle era hostil, culparon también del fusilamiento al imperialismo francés, estableciendo las conexiones de los unitarios con la banca de ese origen y explorando los planes franceses para crear una monarquía rioplatense bajo su tutela (para desplazar a los británicos). Es una hipótesis difícil de sostener, y que creo errónea, pero eso no elimina el aporte ni el valor de la indagación.

También se destacan sus elecciones temáticas: mientras el grueso del revisionismo histórico, que en esa época había sido adoptado como la mirada de la historia del peronismo (a diferencia de lo que había ocurrido durante los gobiernos de Perón), celebraba a Rosas, Ortega Peña y Duhalde –sin menospreciar la figura del Restaurador– pusieron el foco en personajes federales menos ligados con los terratenientes bonaerenses, como Dorrego, o que representaron al Interior más pobre, como Quiroga y Varela.

Leída desde hoy, la obra de Ortega Peña y Duhalde es muy útil para combatir cierto maniqueísmo historiográfico que se plantea muchas veces –en particular en discusiones mediáticas– y es engañoso. La recuperación del revisionismo en los últimos años simplificó en algunas miradas el campo en dos supuestos bandos: la historia liberal (con su correlato de historia escolar) y la revisionista. Pero es una perspectiva irreal, no sólo porque elimina todas las diferencias internas a la corriente “liberal” (empezando por las que enfrentaron a sus fundadores, los rivales Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López) sino porque elimina a otras tradiciones de larga trayectoria, como la variada historiografía de cuño marxista. Pero además, aunque algunas herencias de esas tres “escuelas” –revisionista, liberal y marxista– se pueden encontrar en la historia producida en las universidades y en institutos científicos en la actualidad, la historiografía académica que se consolidó después de la última dictadura militar tiene también tendencias nuevas y distintas entre sí que no son reductibles a esas tres líneas precedentes.

Al mismo tiempo, la recuperación de la historia revisionista como un bloque único anula su rica diversidad interna (que puede observarse bien a través de los trabajos de Alejandro Cattaruzza o en panoramas generales de la historiografía argentina como el de Fernando Devoto y Nora Pagano). Por mencionar apenas algunos casos: el revisionismo que en los años 30 levantó a la figura de Rosas frente a la historia liberal, a partir de un nacionalismo católico e hispanista ubicado en la derecha del espectro político, se separó luego entre los antiperonistas como Julio Irazusta y los peronistas como Ernesto Palacio y José María Rosa (quien además con los años giraría sus posiciones un poco más a la izquierda). Otra línea de lo que hoy se recupera como “revisionismo” proviene de la “izquierda nacional”, cuya figura central fue Jorge Abelardo Ramos y en la que recalaron también autores que habían estado en el Partido Comunista, como Rodolfo Puiggrós (ambos con una mirada poco favorable a Rosas). La izquierda peronista de Ortega Peña y Duhalde es una tendencia distinta a las otras, aunque todas pueden aglutinarse en la idea amplia de lo “nacional y popular”.

Atender a estas divergencias es recuperar también los numerosos debates internos al mismo espacio, como la crítica de Fermín Chávez al estudio sobre Felipe Varela de Ortega Peña y Duhalde, o la intervención de éstos a favor de León Pomer en una discusión que tuvo con Juan P. Oliver sobre la Guerra del Paraguay.

Por lo tanto, leer a Ortega Peña y Duhalde como historiadores implica evitar los encasillamientos en blanco y negro, y en cambio recuperar los colores variados de las tradiciones historiográficas argentinas.

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